"El petiso orejudo"
- Crímenes Misteriosos
- 20 sept 2020
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Soy Cayetano Santos Godino, mejor conocido por todos como el petiso orejudo, nací en Buenos Aires, el 31 de octubre de 1896, soy hijo de inmigrantes italianos que llegaron a la Argentina en 1884. Fui e primer asesino en serie y sociópata de la historia argentina y el más joven, cometiendo mis crímenes a la edad de 15 años. Esta es mi historia.

Durante toda mi niñez fui victima de golpes que me propinaba mi padre alcohólico y enfermedades provenientes del mismo, aunque no era el único de mi pobre familia que las tenía. A partir de mis 5 años concurrí a varias escuelas y fui expulsado de todas ellas por falta de interés y mi comportamiento rebelde.
Mi primer intento de asesinato fue cuando tenia apenas 7 años, Miguel Depaola, el 28 de septiembre de 1904, lo llevé a un baldío, lo golpeé y luego lo dejé sobre un montón de espinas, lo hubiera matado si no hubiera llegado un policía y nos hubiera detenido. El año posterior a aquel, llevé a Ana Neri, de 18 meses de edad, a un baldío y golpeé su cabeza con una piedra repetidas veces hasta que me detuvo un policía. El 29 de marzo de 1906 fue mi primer asesinato el cuál pasó desapercibido, a María Rosa Face, la llevé a un terreno baldío y la ahorqué para después enterrarla viva y cubrirla con latas, jamás la encontraron, y mi primer homicidio fue algo que solo vivió en mi mente hasta el día en el que me arrestaron y confesé todos mis crímenes.
Unos días después mi padre me denunció ya que había encontró en mi habitación aves que yo había asesinado, me mantuvieron privado de mi libertad por dos meses y luego volví a las calles. El 9 de septiembre de 1908, conduje a Severino González Caló a una bodega donde lo sumergí en una pileta para caballos, la cual cubrí para evitar que saliera, pero el dueño del lugar descubrió lo que hacía por lo cual me defendí con un cuento barato sobre por qué había llevado al niño allí. 6 días más tarde, el día 15 del mismo mes, quemé los párpados de Julio Norte, quién tenía 22 meses de edad con un cigarrillo, aunque fui descubierto por su madre, tuve tiempo de huir. Mis padres, hartos de tener problemas con la policía por mi culpa, volvieron a entregarme a estos, quienes me enviaron a una colonia de menores, dónde estuve recluido 3 años, y salí de allí a la edad de 15 años.
El 26 de enero de 1912 encontraron el cuerpo de una de mis víctimas, Arturo Laurora, semidesnudo y con un cordel en el cuello, golpeado; su desaparición había sido reportada un día antes de encontrar el cuerpo. El 7 de marzo de 1912 prendí fuego a las ropas de una niña de cinco años, Reyna Bonita Vaínicoff. La pequeña falleció tras 16 días de agonía en el Hospital de Niños. En los siguientes meses causé dos incendios que fueron controlados fácilmente por los bomberos, la muerte de una yegua que apuñalé, perteneciente al lugar donde trabajaba, y el incendio de la estación Vail.
El 8 de noviembre de 1912 convencí con engaños a Roberto Russo, quien tenía dos años, de acompañarme a un almacén donde compraríamos caramelos, pero en realidad lo llevé a un alfalfar a pocas cuadras, dónde lo até de pies y manos y procedí a ahorcarlo con un trozo de hilo que siempre llevaba conmigo, hasta que nos encontró un peón, a quien convencí de que había encontrado atado ya al niño y que lo estaba rescatando. El 16 de noviembre de 1912, en un baldío intenté golpear a Carmen Ghittone, de tres años. Un vigilante hizo acto de presencia y conseguí escapar. El día 20 de noviembre del mismo año, convencí a la menor de cinco años, Catalina Naulener de acompañarme, en el camino buscaba un baldío pero la niña se negó a seguir y me descontrolé, comenzando a golpearla pero un vecino metiche se interpuso y conseguí huir.
Mi último crimen, probablemente el más famoso de toda mi carrera criminal, se produjo ese año. Gesualdo Giordano, salió de su casa el 3 de diciembre de 1912, con tres años de edad, camino a reunirse con sus amigos luego de desayunar con sus padres, pobres ilusos, sería la última vez que verían a su amado hijo. Esa mañana me acerqué a los niños sin levantar sospecha, algo que mi aspecto físico me permitía, y convencí a Gesualdo de acompañarme a comprar caramelos, así, juntos fuimos hasta un almacén donde compramos varios caramelos de chocolate, le dí solo uno y le prometí los demás si me acompañaba a un lugar, consiguiendo que aceptara. Lo llevé a una quinta, aún recuerdo cuando empezó a llorar, lo tomé de los brazos y lo derribé, poniendo mi rodilla en su pecho para después comenzar a ahorcarlo con el cordón, al cual le había dado 13 vueltas, que había usado en mis asesinatos, mi arma, pero el niño se levanta por lo cual ato sus pies y manos para después levantarme para buscar otra manera de asesinarlo. En mi búsqueda, encontré al padre del niño, quien me preguntó por él, obviamente negué haberlo visto y le recomendé ir a levantar una denuncia en la comisaría; mientras el hombre hacia eso, encontré un clavo de 10 cm y usando una piedra, lo clavé en la cabeza de mi víctima, la cual cubrí con una lámina de zinc para después huir. Asistí a su funeral motivado por la curiosidad de ver si aún tenía el clavo en su cabeza pero fui arrestado por los crímenes la madrugada del 4 de diciembre.
Fui juzgado y declarado penalmente irresponsable por lo que fui recluido en un hospital y luego de que ataqué a dos pacientes, me trasladaron a una penitenciaria, para después llevarme al penal de Ushuaia, dónde fallecí sin remordimientos el 15 de noviembre de 1944.
Nadie es lo que parece, no sé dejen engañar por una apariencia, porque los monstruos estamos ocultos bajo la superficie, como personas normales que pueden atacarte en menos de un segundo.
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